Lo mejor del Mad Cool –ese festival que en su primera edición se ha zampado con patatas al Primavera Sound y al FIB, y del que creo que todos los madrileños deberíamos sentirnos orgullosos, a pesar de otra de las miserables opiniones del bocanegra Víctor Lenore– es que tenía muchos festivales dentro, y cada uno podía elegir el suyo propio. Esto lo digo sobre todo porque la siguiente crónica trata sobre MI MAD COOL, el que elegí según mis gustos y las dolorosas decisiones que a veces tuve que tomar cuando dos actuaciones que quería ver coincidían. Por este último motivo, me perdí a The Strypes, Monarchy y Prodigy; y por el primero, no hablaré de Jane’s Addiction, ni de Neil Young, del cual tengo la misma opinión que Barney Stinson (Cómo conocí a vuestra madre), ni por supuesto de Vetusta Morla o Lori Meyers, porque todo el que me sigue sabe que prefiero sumergir mi bolsa escrotal en un bidé lleno de pirañas mientras veo el “debate a cuatro” que volver a escucharlos.
Aclarado esto, intentaré ser todo lo sintético posible y añadir al final un anecdotario, que creo que será lo más jugoso de todo.
–JUEVES. Después de una vuelta en la noria, acudimos a ver a Tom Odell (buen sonido, su música no es lo mío) y The Kills, que se metieron en el bolsillo a todo el Caja Mágica, incluidos Alaska y Mario Vaquerizo. Son estrellas del Rock y llevan pose y vestuario de ello (la cantante, Alison «VV» Mosshart, vestía una camisa de Equipment de casi 300 euros), y su música, que bebe de la Velvet o de Jesus and Mary Chain, sonó absolutamente envolvente.
Pero no pudimos presenciar entera la actuación del dúo por coger sitio en The Who, probablemente el grupo del que se vieron más camisetas durante el festival. Citando el tema con el que abrieron el concierto, no puedo explicar lo que su música significa para un ex-mod que lleva escuchándola desde la adolescencia (pero había muchos otros como yo, citando esta vez a 091, e incluyendo a los componentes de Sex Museum o Los Potros que vi por allí). Emocionante hasta la lágrima… salvo el tramo de Tommy (los tíos se atrevieron hasta con la obertura y la enervante Underture de 10 minutos).
Con todo, creo que la gran Shirley Manson, por clase, puesta en escena y voz, ganó por la mano a los de Shepherd’s Bush. Y eso que le acortaron el concierto, lo cual fue un chasco para los que esperábamos oír más grandes éxitos de Garbage. Con todo, las primeras filas nos dejaron exhaustos para Hercules and Love Affair (que mi amigo Miguel Ángel Cendejas, del programa de radio Malos tiempos para la rebledía, me aseguró que fueron lo mejor de la jornada) y Digitalism. Nos volvimos al centro sin visita a los bares.
– VIERNES. Tras el blandito prólogo de las viejas glorias del Britpop Stereophonics, presenciamos el que para mí ha sido, y con diferencia, el mejor concierto de todo el festival: MICHAEL KIWANUKA. El londinense, cuya música calmada pero visceral posee ecos de Bobby Womack, Arthur Lee (Love) o incluso Otis Redding, nos dejó con la boca abierta a los pocos que concurrimos al escenario Green. A la salida, conseguí hacerme una foto con él y parte de su banda (no la cuelgo, porque salgo con cara de gilipollas).
León Benavente –se metieron al público en el bolsillo, pero su música, como la de Odell, no es lo mío- dejó paso a Caribou, que vino en formato banda, fue de menos a más y nos dejó muy buen sabor de boca. Y después, el otro plato fuerte del día: 091, cuyas letras, desde luego las mejores que se escribieron en España durante los 80, berreamos unos pocos en las primeras filas mientras Prodigy daban lo suyo a la mayoría. Los granadinos: Rock, saber estar y mucha clase. Abandonamos el recinto en medio del Poison y nos volvimos al centro sin visita a los bares.
– SÁBADO. Gary Clark Jr., inexplicablemente en el escenario principal y cuya música bebe de leyendas como Marvin Gaye o Jimi Hendrix, se nos hizo, empero, pesado y hasta soporífero. Más tarde, mientras muchos lloraban a moco tendido con Neil Young, nosotros hacíamos hambre en las barras para Flume, que ha sacado uno de los discos del año de un género tan poco afín a la sensibilidad patria como el Dubstep. Una sesión contundente y magnífica en conjunto. Y ya no nos interesaba nada gran cosa hasta Two Door Cinema Club, que defendieron sus dos álbumes y el adelanto del tercero con una rotundidad que personalmente no me esperaba de ellos, y Capital Cities, que celebraron un fin de fiesta inmejorable tanto por su repertorio como por versiones descacharrantes de temas como Staying alive (Bee Gees), Holiday (Madonna) e incluso Nothing compares 2 U (Sinnead O’Connnor). Nos volvimos al centro… en esta ocasión con una divertida visita al Wharf 73. Al día siguiente, ya echábamos de menos todo lo escuchado y vivido.
Y por último, el anecdotario:
– Los buenrrollistas canadienses Walk Off The Earth sacaron una enorme bandera española en el escenario, sumándose así a la excelsa lista de artistas que la han exhibido también: Paul McCartney, Morrisey, Fatboy Slim, etc. ¿Y es que cómo van a saber los angelitos que estamos en el único país del mundo donde sacar la bandera nacional es facha? (Y ojo, ni soy patriota ni me gusta ninguna bandera).
– Mientras Roger Daltrey entonaba la letra “I don’t need to fight to prove than I’m right”, dos individuos, uno de ellos británico (cómo no), estuvieron a punto de darse de hostias.
– Fue un festival esencialmente de viejóvenes y posers. Pocas drogas, por lo que yo vi.
– A pesar de lo amable que creo que era la inmensa mayoría del personal del evento, en una de las barras presenciamos cómo un individuo gritaba a una de las camareras. Como currante de bares, me dolió.
– El último día todo el mundo iba más salido que el pico de una mesa, algo que me tenía que haber esperado cuando al recoger la pulsera en el Barclaycard Center escuché al fantoche de delante asegurarle a su amigo: “Al final no me corto el pelo, que si no allí no me como un colín”. Durante el concierto de Capital Cities, presencié cómo un “Alfredo Landa” se presentaba a una guiri con un prolongado morreo, una forma tan buena como cualquier otra de propiciar el intercambio internacional de gérmenes.
– En el concierto de 091, un individuo de Ubrique (Cádiz) nos espetó: “Qué bien que a ustedes los jóvenes les guste tanto 091”. A mi ego y mi complejo de Peter Pan les sentó estupendamente.
– Y por último, lo que es más una queja: ¿cuándo va a estar prohibido, durante un concierto y en primeras filas, dar la espalda al escenario? Es una falta de respeto hacia los músicos y el público, pero sobre todo es una gilipollez.
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